La imprescindible formación del portavoz

Cuentan que en una ocasión preguntaron al ex-primer ministro británico Winston Churchill, brillante por su oratoria y mangífico en sus discursos, cómo lo hacía para improvisar de manera magistral en sus intervenciones públicas. Y la respuesta fue audaz: “porque dedico mucho tiempo a preparar mis improvisaciones”. Una práctica que también se utiliza en el jazz, ya que un buen instrumentista debe estudiar muchas horas para interpretar un género musical que da mucho espacio a la improvisación.

Así pues, la tarea de portavoz de una empresa o institución requiere una preparación específica y permanente. En primer lugar, se debe desarrollar unos atributos elementales: autoridad, credibilidad, convicción, discreción, capacidad pedagógica y de síntesis, disponibilidad (accesibilidad y proximidad) y control de los nervios y del espacio. En este sentido, es imprescindible que haya un único portavoz para evitar la mínima distorsión y conseguir que siempre se asocie su imagen a la entidad que representa.

Es necesario procurar transmitir en todo momento una imagen única, “blindar” el mensaje (coherencia total en las acciones), mostrar fiabilidad, pensar siempre en el destinatario final y ponerse su lugar. Igual de relevante resulta transmitir el mensaje al principio del discurso y hacer uso de un lenguaje sencillo, breve y directo con ejemplos y comparaciones que ayuden a comprender las ideas expuestas. Aunque, sin duda, la esencia de un portavoz radica en saber qué se quiere decir y por qué.

La credibilidad y la reputación de una organización, además de su gestión, recae en la imagen que proyecta a través de su portavoz. Por eso, a través de profesionales del sector, es importante seleccionar adecuadamente esta figura, ya que debe tener ciertas aptitudes innatas, y luego formarla con técnicas y consejos que dan excelentes resultados.