Una semana después de la multitudinaria manifestación en
París contra los atentados en la sede de Charlie
Hebdo, el barómetro Ifop-Fiducial realizado para la revista Paris Match y Sud Radio revelaba
una espectacular remontada de la satisfacción de los franceses con su jefe de
estado, François Hollande. El que se había convertido en el presidente menos
popular de la V República recuperaba, tras los trágicos sucesos, 21 puntos de
confianza de sus ciudadanos, el 40% de los cuales dice ahora aprobar su
gestión. Según han explicado desde la propia Ifop, se trata de “un fenómeno
rarísimo en la historia de los barómetros de opinión”.
No sólo Hollande, sino todo el ejecutivo, con Manuel Valls y
Bertrand Cazeneuve como cabezas más visibles, han salido paradójicamente reforzados
de la mayor crisis que han tenido que gestionar los socialistas franceses desde
que llegaron al gobierno en 2012. Convertir una crisis en una oportunidad es algo
poco común y más bien insólito en política, pero lo ocurrido en París demuestra
que es posible si se toman las decisiones correctas en el momento correcto, si
se actúa de forma rápida pero a la vez planificada y si, por encima de todo, se
sabe comunicar adecuadamente.
La inmediatez con la que el Presidente se trasladó a la
redacción de Charlie Hebdo tras el
atentado, la convocatoria de urgencia de varias reuniones interministeriales –no
sólo con los máximos responsables políticos sino también con los de la policía,
la gendarmería y de los servicios de inteligencia– y el diseño de un plan de
acción con tres ejes claros –dar caza a los terroristas, proteger los lugares
públicos y mantener la unidad parlamentaria– forman parte de una gestión
ejemplar. Una gestión que probablemente no habría tenido un impacto tan directo
en la percepción de los franceses sobre su gobierno sin una buena comunicación.
A través de continuas comparecencias ante los medios, se mantuvo
informados a los ciudadanos y se transmitió, desde el primer momento, que el ejecutivo
había tomado las riendas de la situación. Los portavoces –principalmente el ministro
del Interior, el primer ministro y el propio presidente– fueron impecables en sus discursos, mostrando
empatía con las víctimas y, a la vez, firmeza y determinación en la lucha contra el terrorismo y la defensa de la libertad de expresión. Por no mencionar el
valor que tiene, tanto desde el punto de vista político como comunicativo, la
imagen de Hollande arropado por más de cincuenta dirigentes políticos de todo el mundo, movilizados
más rápidamente por el gobierno galo que por cualquier cumbre internacional.
Todos recordamos el cúmulo de despropósitos que llevó al
Partido Popular a perder las elecciones tras el que fue el mayor atentado de la
historia de España. Diez años después del 11M, la tragedia de París demuestra
que las crisis no siempre pasan factura. Bien gestionadas y con una buena
comunicación, pueden incluso resultar rentables.
¿Quién le iba a decir a François Hollande que podía salir beneficiado de algo así? Está claro que la buena comunicación en momentos críticos es clave.
ResponderEliminarOtro ejemplo de mala gestión institucional de una crisis fue el caso Prestige, donde la política comunicativa se caracterizó por la negación de los hechos y la falta de transparencia, hecho que conllevó multitud de protestas y el descrédito de la clase política.
ResponderEliminarRajoy, Ana Mato y muchos otros tendrían que tomar ejemplo de sus homólogos franceses. Recordemos el caso de la crisis del ébola, sin necesidad de remontarnos demasiado en el tiempo..
ResponderEliminarCoincideixo plenament amb el contingut de aquest escrit : clar, concís i d’una veracitat aclaparadora.
ResponderEliminarEls fets comentats en el bloc demostren que no ni ha prou amb ser un bon polític sinó s’és un bon estratega o s’envolta de bons assessors.
L’historia ens demostra que una cosa sense l’altre no porta en lloc, solament a la mediocritat.